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Experiencias intergeneracionales como motor de una sociedad para todos

Por Raquel Alguacil
martes 06 de noviembre de 2018, 20:27h

Se puede considerar el envejecimiento como un proceso que comienza relativamente pronto y que se extiende a lo largo del ciclo vital. Es un fenómeno multidimensional y multidireccional, con trayectorias positivas y negativas, estimando el envejecimiento como un balance de ganancias y pérdidas (Steverink, Westerhof, Bode, y Dittmann-Kohli, 2001).

Es un hecho conocido que la población mundial envejece, a consecuencia del aumento de la esperanza de vida y el descenso de la tasa de natalidad, además de la considerable reducción de la mortalidad infantil, estimándose que, en 2050, la población mayor de 80 años alcanzará el 19% de la población total (Naciones Unidas, 2012).

El interés por el envejecimiento activo se inició en las últimas décadas del siglo XX y, desde entonces, la investigación en este ámbito se ha desarrollado exponencialmente desde diversas disciplinas. Además, se ha querido transmitir la importancia de envejecer bien y, actualmente, es un hito a conseguir que está en boca de políticos, científicos y población general.

Los estudios sobre envejecimiento activo señalan los estilos de vida como una de las variables más importantes que predicen el envejecimiento activo. Entre los estilos de vida saludables se incluye: hacer ejercicio físico de forma regular, mantener una dieta saludable y controlar el peso, no fumar, y beber de forma moderada. A su vez, se ensalza la importancia de variables motivacionales, como la autoeficacia y control, para aprender adecuadamente estas formas de vivir y mantenerlas en el tiempo. En este sentido, potenciar las interacciones sociales, principalmente la implicación con otras personas, potencia el buen envejecimiento en sí mismo, así como el resto de factores que facilitan envejecer bien.

La premisa del trabajo intergeneracional no pretende partir de una situación problemática sino todo lo contrario. Las relaciones intergeneracionales se estiman altamente necesarias para la mejora de la comunidad, del tejido social y la experiencia del colectivo.

Los Programas Intergeneracionales pueden definirse como “Actividades o programas que incrementan la cooperación, la interacción y el intercambio entre personas de diferentes generaciones. Implican compartir habilidades, conocimientos y experiencias entre jóvenes y mayores” (Ventura-Merkel y Lidoff, 1983).

El desarrollo de estos programas facilita la creación de una cultura pro-envejecimiento activo, basada en una sociedad para todas las edades, alejándose de los estereotipos asociados a los mayores.

Si las personas mayores son percibidas como dependientes en lugar de agentes activos de la sociedad, se crea un distanciamiento que perjudica a ambos colectivos. Este hecho generalizado ocurre incluso dentro de las propias familias, como consecuencia de los estereotipos asociados a la edad que se mantienen en la sociedad, definidos como edadismo (Palmore, 1990). En la actualidad, el estereotipo que prevalece en nuestra sociedad es una imagen negativa de los mayores, que Fernández-Ballesteros (1992) resume en: deterioradas, incapaces de aprender cosas nuevas, con dificultades para cuidarse a sí mismas, desagradables y regañonas.

Los beneficios de los Programas Intergeneracionales son múltiples para los mayores y los jóvenes implicados. Las personas mayores experimentan, por ejemplo, cambios positivos en su humor y un aumento de la autonomía, la autoestima y la motivación. Se produce también una reducción de los síntomas depresivos y del aislamiento y sentimientos de soledad. A nivel cognitivo, se produce un aumento en las capacidades de atención y memoria, además de potenciar las habilidades sociales y la empatía. Se favorece el mantenimiento de la integración en la vida comunitaria y la oportunidad de seguir aprendiendo.

Por otro lado, los jóvenes se forman una idea más positiva de las personas mayores y el envejecimiento en general. Aprenden a valorar y respetar a los mayores. Además, se potencia el desarrollo cognitivo, el lenguaje y la comunicación. También ayuda a desarrollar valores y actitudes positivas como la tolerancia y la solidaridad intergeneracional.

Además de estos beneficios, las experiencias intergeneracionales están estrechamente ligadas al intercambio de experiencias, con transmisión de tradiciones y cultura popular. De este modo, los más jóvenes pueden conocer de primera mano la historia y tradiciones de su entorno, sirviéndoles como aprendizaje de vida.

Por todo ello, desde este medio aliento a todos los agentes sociales comprometidos a desarrollar programas intergeneracionales eficaces, que promuevan la construcción de una sociedad para todas las personas de todas las edades, desde ámbitos diversos, que fomente el enriquecimiento personal y grupal de los implicados.

Raquel Alguacil

Responsable de Rehabilitación y Terapia en la Residencia Albertia Moratalaz

REFERENCIAS

Fernández-Ballesteros, R. (1992) Mitos y realidades sobre la vejez y la salud. Barcelona: Sg Editores.

Fernández-Ballesteros, R. Zamarrón, M.D., Diez Nicolás, J. et al. (2010). Envejecer con éxito. Criterios y predictores. Psicothema.

Naciones Unidas (2012) World Population Prospects: The 2012 Revision. New York, United Nations.

OMS (2015). Informe mundial sobre el envejecimiento y la salud. Suiza: Ediciones de la OMS.

Palmore, E. (1990). Ageism: Negative and positive. New York: Springer.

Sánchez Martínez M., Kaplan M., y Sáez Carreras J. (2010). Programas intergeneracionales.Guía introductoria. Madrid: Instituto de Mayores y Servicios Sociales (Imserso).

Steverink, N., Westerhof, G. J., Bode, C., y Dittmann-Kohli, F. (2001). The personal experience of aging, individual resources, and subjective well-being. The Journals of Gerontology Series B: Psychological Sciences and Social Sciences.

Raquel Alguacil

Responsable de Rehabilitación y Terapia en la Residencia Albertia Moratalaz

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