La falta de yodo en la planificación nutricional de las residencias para la tercera edad en España puede acabar siendo un problema de salud grave, ya que sus implicaciones son mucho más gruesas de lo que cabe esperar a simple vista.
En el imaginario popular, el yodo está relacionado con la sal común, un elemento nutricional que muchas veces se controla en exceso debido a que su consumo desmesurado puede conllevar problemas de salud.
Sin embargo, los dietistas están alertando en la baja presencia de este mineral esencial en la dieta de nuestros mayores, lo que a largo plazo puede acarrear afecciones fácilmente evitables o incluso empeorar otras subyacentes.
Hoy en día, la ingesta de yodo en una persona mayor proviene, en su mayor parte, de la sal común añadida a las distintas comidas del día.
El problema radica en que la sal común de procedencia industrial ha pasado por varios procesos de filtrado que limitan la presencia de yodo en su composición, y son muy pocos los centros que han implementado un programa de suplementación de yodo u ofrecen a sus residentes sal yodada como añadido a su dieta.
Pero, ¿qué puede pasar si el yodo cae por debajo de los niveles recomendados para una persona mayor? Si bien el problema del déficit de yodo en el mundo occidental se ha acotado bastante, sigue siendo un quebradero de cabeza para las autoridades sanitarias, que ven como muchos de sus pacientes acuden a los especialistas con cuadros de este tipo.
Así, una dieta pobre en yodo puede desembocar en problemas tiroideos, lo que al final afecta de una manera directa a la regulación metabólica de las personas, y en daños neurológicos que acaben desembocando en problemas de demencia, trastornos conductuales o enfermedades como el Alzheimer.
Los especialistas recomiendan a los centros sociosanitarios vigilar las dosis diarias de yodo de los residentes y fomentar el uso de complementos nutricionales y el consumo de productos ricos en este mineral, como el pescado blanco o los huevos. Además, recuerdan que lo recomendable es que las mujeres consuman entre 0,15 y 0,3 miligramos al día, mientras que los hombres necesitan alrededor de 0,15 mg.