“Salimos más fuertes”, decía el eslogan con el que el Gobierno de España quiso dar ánimos durante el confinamiento a una ciudadanía perpleja ante la distopía que estaba viviendo en cuestión de días (cuando pasamos del “serán unos pocos casos” y el ‘no hacen falta mascarillas’ a un confinamiento salvaje que paralizó el mundo). El eslogan se reconvirtió después, por obra de esa misma ciudadanía, en “salimos mejores”: se esperaba que, después de ver la crueldad con la que la pandemia arrebataba vidas en cuestión de días, los humanos nos comportaríamos de otra manera a partir de entonces. Y todo indicaba que así sería: los aplausos de las 20.00, el escrupuloso cumplimiento del confinamiento, las empresas ofreciendo teletrabajo y facilidades a sus empleados, jóvenes que hacían la compra a ancianos, grupos de amigos cosiendo mascarillas…
La realidad es que ni salimos más fuertes, ni mucho menos mejores. El desconfinamiento de 2020 fue un completo desastre por parte de todos: una carrera entre Administraciones para ver quién pasaba de fase antes, aun saltándose las normas que ellos mismos habían puesto. Y la ciudadanía se echó a vivir antes de tiempo sus particulares ‘felices años 20’ como si no hubiera un mañana, perpetuando los contagios sin fin.
Como es habitual, en el extremo de la cadena que parte de unos políticos irresponsables y ciegos a la ciencia y continúa por una ciudadanía que mira para otro lado y, haciendo un impresionante ejercicio de egoísmo ni se digna a cumplir las más elementales normas de seguridad, están los más débiles: los mayores, los pobres, los niños y los enfermos. Porque para que los jóvenes y adultos hayan podido disfrutar durante estos meses de la ‘libertad’ derivada de ir a bares y restaurantes, fiestas, reuniones de trabajo y vacaciones, los mayores han seguido confinados en sus residencias (o en sus casas, por puro miedo), los pobres se exponen a diario a llevar el virus a su casa por no tener mayor alternativa que un trabajo precario que la sociedad no respeta, a los niños los tenemos pasando frío en clase y con mascarilla a todas horas -mientras las enormes torres de oficinas no tienen ventanas que poder abrir, y encima son los menos los que respetan mínimamente el uso de mascarilla durante la jornada laboral; uso que no parece necesario cuando bajan en tropel a tomar café y se juntan todos con todos sin ninguna medida de seguridad como si aquí no pasara nada), y los enfermos mueren solos sin poder ver a sus familias en sus últimas horas.
La farmacéutica Yolanda Tellaeche ha denunciado ante el Defensor del Pueblo que el inamovible ‘protocolo’ sanitario le ha impedido acompañar a su madre, enferma de COVID, durante sus últimos días de vida. Un protocolo que impide a los familiares acompañar a los enfermos de COVID -o de otras patologías- para evitar contagios, esos que no pasa nada si se producen en una discoteca. Quizás porque los enfermos no gastan dinero.
En su carta, Yolanda Tellaeche subraya que ese celo por evitar contagios en el hospital ni siquiera se alinea con las medidas de seguridad del personal: una simple bata y una mascarilla. Nada de EPIs. Incluso ella misma, la denunciante, asegura que sí pudo visitar a su madre una vez fallecida: una simple bata desechable y guantes. Todo ello, a pesar de que, al ingresar su madre, sí pudo tocarla para ayudar a tomarle la tensión.
“Salimos mejores”, decían, pero lo cierto es que nadie se ha preocupado por humanizar a los que sufren. Quizás nos hemos cegado tanto por ir a bares, restaurantes, discotecas, oficinas, playas y hoteles, que se nos ha olvidado lo más elemental: no dejar de ser seres humanos con quienes sufren. Con los últimos de una cadena para los que la ‘libertad’ depende de la ‘libertad’ de otros.
Soy una propietaria de una carpeta de información al duelo, una entre miles, del Hospital que Ud. dirige o de cualquier otro, las diferencias no creo que vayan mucho más allá del diseño, no contienen nada de valor porque son solo el último punto de un procedimiento lleno de situaciones inimaginables, en un sistema sanitario con el paciente en "el centro del sistema", tengo la desgracia de ser farmacéutica y haber tenido una vida profesional rica y con conocimiento del funcionamiento del SNS, de lo bueno, lo malo y lo incontable.
Le adjunto el escrito que he presentado al Defensor del Pueblo, donde describo las 48 horas más duras de mi vida, descontando lo que supone la pérdida de una madre, no puedo hacer mi duelo sin respuestas a toda la crueldad impuesta por el propio sistema:
Muchos porqués que necesitan respuesta, que no puedo aceptar sin más, porque no es comprensible arroparse como profesionales sanitarios en el sin sentido y practicar la crueldad bajo la divina palabra "PROTOCOLO".
Nadie puede devolverme esos minutos de despedida robada, nadie puede borrar ese sufrimiento que me oprime, yo creía que habíamos avanzado, porque esto no es el colapso de la primera ola..., si existe algo de cordura, de deontología, de humanización entre quienes tienen la responsabilidad de marcar las formas de lo asistencial, revisen todo este proceso, yo voy hacer todo lo posible, por justicia, por solidaridad con los que todavía entrarán en esta rueda, donde de un momento a otro pasas de ser una persona a ser una cosa, porque se conozca que es MENTIRA, es mentira que no podamos acompañar a un familiar en planta COVID en sus últimos momentos, si es más cómodo para los que trabajan en planta, una tarea menos a organizar y si total se van a morir...., este es el fin de la historia de mi madre, de muchas madres, de muchos familiares fallecidos por COVID.
Evite que esto siga ocurriendo, por la responsabilidad inherente a su puesto.
Yolanda Tellaeche Bacigalupe