—Si observamos nuestra pirámide poblacional vemos algunas paradojas que, lejos de solucionarse, con el tiempo se irán acentuando. Se alargan las expectativas de vida, se reduce la renovación poblacional y se retrasa la edad de incorporarse al mundo laboral.
En sí mismo, expectativas de vida o retrasar la edad de incorporación al trabajo, no tiene por qué ser malo, pero demográficamente y para el sostenimiento del Sistema de Pensiones resulta letal.
Para solucionarlo se necesitarían gobiernos con proyección de futuro y a largo plazo, dispuestos a acometer problemas complejos, más allá de la propaganda, es decir alejándose de esa doctrina imperante y que Jean-Claude Junckers tan gráficamente describió cuando dijo: «sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegido después de hacerlo».
La política de la patada al balón, para que otros afronten la papeleta y así no sufrir desgaste electoral es la política de parcheo, a la que estamos tan acostumbrados y nunca es la solución, sino que agrava el problema, aunque ya será de otros políticos, de otros gobiernos.
—Por razón de tu edad, entiendo, mi viejo marino, que esta problemática la analices con especial sensibilidad. Hemos hablado alguna vez que nuestro sistema de pensiones que, en su origen, parte de un sistema contributivo y que paulatinamente, de forma subrepticia, se está convirtiendo en asistencial; lo que en un país desarrollado podría ser normal. Lo que no lo es tanto es que todo eso no esté reflejado, calculado y publicitado en los Presupuestos Generales del Estado, como capítulos independientes, mientras que las aportaciones de los trabajadores se deberían estar capitalizando para no llegar a lo que, actualmente ocurre y se asemeja a una estafa piramidal.
—Veo que tú, por la edad, te preocupa cómo se pagaran las pensiones del futuro y por eso eres muy crítica con el sistema actual.
Aunque hoy quiero hacer una propuesta creativa, imaginativa y disruptiva —cierta sorna se refleja en el rostro del marino—, se trata de hacer un cambio de paradigma, mandar a los pensionistas a la cárcel y a los delincuentes a las residencias de pensionistas.
En España los delincuentes en prisión gozan de servicios como sillas de ruedas, prótesis, gafas o medicamentos totalmente gratis; mientras un pensionista debe pagarlos, incluso muchos medicamentos que no se incluyen en la Seguridad Social.
Además, en las cárceles los presos tienen muchos más servicios que tienen los jubilados en las residencias de pensionistas. Paradójicamente, los delincuentes, cuentan con mejores equipamientos, como bibliotecas, salas de lectura, de ejercicios, deportes o salas para recibir visitas. Privilegios que se les niegan a nuestros mayores.
—Entiendo que ha salido tu instinto provocador, pero es cierto que una cama en una residencia está alrededor de los 1.800,00-2.800,00 euros mensuales, más el IVA, reducido, pero que lo paga el pensionista. A eso sumemos medicamentos, peluquería, podología y otros servicios que no se incluyen en el precio.
Además, para tener acceso a una plaza concertada en una residencia de pensionistas hay que tener acreditado un Grado II o III según la Ley de Dependencia que, por las limitaciones de presupuesto en las Consejerías de Asuntos Sociales, son remisos a concederlos, agravándose en algunas autonomías, en esto como en todo, la desigualdad en nuestro país cada vez es mayor.
La avanzada edad, las limitaciones de movilidad física y los deterioros cognitivos, no son suficientes, la concesión del Grado se produce cuando el anciano, en la práctica, es absolutamente dependiente para lavarse, comer y moverse.
Además, una vez concedido el Grado, hay que ponerse en unas listas de espera que pueden durar más de un año y pagando el IVA.
Vergonzosamente un jubilado tiene menos derechos que un delincuente. A lo mejor tienes razón, y se deberían ocupar las cárceles con pensionistas y a los presos eliminarles todos esos privilegios.
Es evidente que estos agravios comparativos dicen mucho de una sociedad capaz de premiar a delincuentes y maltratar a nuestros mayores. Creo que, —comenta con tono burlón—, me voy a sumar a tu propuesta y propondría manifestaciones, encabezándolas con una pancarta que diga: «Pensionistas a la cárcel»
—Todo esto no deja de ser una digresión extravagante y descabellada, propia de estas fiestas, aunque lo peor, es que tiene un amargo poso de verdad y retrata algunas incoherencias y el relativismo moral de nuestra sociedad.
Nuestros amigos brindan, se abrazan y se van deseando que algún día dejemos atrás la autocomplacencia buenista.
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