La soledad no deseada es un problema social al que no ha sido hasta hace poco que se le ha empezado a prestar la debida atención. Sin embargo, nuevos estudios evidencian que la soledad no deseada es algo más que un problema social con impacto en la salud mental y el bienestar de las personas que lo sufren: es un factor de riesgo de mortalidad similar al tabaco o la obesidad.
Algunos estudios cifran en un 30 % más el riesgo de mortalidad que causa la soledad no deseada. Y esto se debe a que la desazón que causa este problema puede dar lugar a un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares o demencia, así como los ya conocidos problemas de salud mental, especialmente la depresión. Según destaca ‘El País’, un estudio reciente incluso apunta a que la soledad no deseada influye de forma negativa en los procesos postoperatorios de los adultos.
La soledad no deseada no es un fenómeno exclusivo de sociedades envejecidas, y tampoco lo es de personas mayores. Sin embargo, se estima que entre el 20 y el 34 % de las personas mayores de Europa, Estados Unidos, América Latina y China viven en situación de soledad no deseada. Esto significa que casi uno de cada tres mayores vive en soledad involuntaria. La cifra es bastante mayor que la registrada en otras franjas de edad, como el 9,2 % de los adolescentes del Sudeste Asiático, el 14,4 % de esta misma franja en los países mediterráneos o el 3 % en los adultos jóvenes del norte de Europa. Las cifras son muy diferentes entre franjas, quizás porque es más difícil medir las consecuencias de la soledad no deseada en otros grupos de edad que no sean las personas mayores.
Por otra parte, en ocasiones es difícil ‘diagnosticar’ la soledad no deseada, ya que se trata de sensaciones: un sentimiento que percibe la persona relacionado con la insatisfacción respecto a su propia situación personal y una sensación de aislamiento, aun no estándolo en muchos casos. Ni siquiera hay que vivir en soledad para sentirse solo. En otros casos, el proceso hasta llegar a la soledad es tan progresivo como invisible: una caída o la jubilación pueden recluir por un tiempo en casa a una persona; un tiempo que cada vez será mayor, casi sin darse cuenta, hasta frenar la capacidad de salir de casa de forma autónoma. La inactividad relacionada con una menor vida social genera, a su vez, un consecuente desgaste de la salud, que provoca que la persona haga cada vez menos actividades porque no puede. Es una bola de nieve que se retroalimenta de los propios problemas que genera.
Además, varios estudios demuestran un claro vínculo entre la soledad y un peor estado de salud. Sobre todo entre personas que han sufrido, por ejemplo, un infarto: entre quienes viven en soledad, la probabilidad de morir es de dos a tres veces mayor, mientras que quienes viven en un entorno social adecuado tienen un 50 % más de probabilidad de sobrevivir. Algunos médicos utilizan la situación personal de sus pacientes cardiovasculares para ayudarse a comprender quiénes pueden tener mayor riesgo de sufrir un nuevo episodio en el futuro.
En salud mental, quienes viven en un entorno favorable no solo tienen menor riesgo de desarrollar patologías como la depresión, sino que podrán afrontar mejor determinados momentos vitales menos favorables. Además, la soledad se vincula con peores hábitos de vida, incluyendo consumo de tabaco, alcohol o mala alimentación.
Esto se debe, en parte, a que la soledad causa estrés, y muchas personas lo gestionan a través de conductas irresponsables. A ello se une que la capacidad cognitiva se puede deteriorar, lo que a su vez contribuye a una menor adherencia tanto a hábitos de vida saludable como a medicaciones pautadas para otras patologías, acrecentando el riesgo de que se agraven o descontrolen.
Así que, sí: la soledad mata. A los mayores, que quizás tienen un peor estado de salud debido a su edad y condiciones particulares; y a los jóvenes, para quienes actúa como una semilla que germinará progresivamente a lo largo de su vida destruyéndolos desde el interior.