El trabajo analiza datos de 183 países y compara la esperanza de vida con la esperanza de vida saludable. La diferencia entre ambas refleja cuántos años se viven con enfermedad, deterioro funcional o discapacidad.
El estudio sitúa la brecha media mundial en más de nueve años. Esto significa que una persona promedio pasa casi una década de su vida con limitaciones de salud que afectan a su autonomía y bienestar.
Aunque el fenómeno es global, la magnitud varía según contexto demográfico, económico y sanitario. Las regiones con mayor desarrollo económico tienen mayor supervivencia, pero también más años vividos con patologías crónicas. En otras zonas del mundo la longevidad es menor, pero las limitaciones funcionales aparecen a edades más tempranas.
La investigación identifica factores sanitarios, sociales y económicos que influyen en esta diferencia.
Las patologías cardiovasculares, metabólicas, osteoarticulares, neurológicas y oncológicas explican buena parte de los años vividos con mala salud. Estas enfermedades se relacionan con hábitos de vida, envejecimiento poblacional y cambios en los entornos urbanos.
La prevención ha mejorado la supervivencia, pero no ha logrado retrasar de forma suficiente la aparición de limitaciones. Esta combinación amplía los años vividos con deterioro o pérdida de autonomía.
Los países con menor capacidad económica presentan dificultades para ofrecer prevención, diagnóstico precoz, rehabilitación y cuidados continuados. En los países de ingresos altos la disponibilidad es mayor, pero el envejecimiento exponencial genera problemas de sostenibilidad y sobrecarga del sistema.
La ampliación de la brecha entre vida y vida saludable tiene consecuencias directas para la planificación de servicios y el bienestar de la población mayor.
Más años con dolor, discapacidad o dependencia incrementan la demanda de cuidados profesionales y familiares. Esto impacta en costes sanitarios, presión sobre la atención primaria, aumento de la discapacidad y sobrecarga en cuidadores.
El estudio señala la importancia de intervenir antes de que aparezcan las limitaciones. Esto incluye estilos de vida saludables, actividad física regular, control de factores de riesgo y detección temprana de enfermedades.
La brecha creciente implica mayor necesidad de cuidados de larga duración, servicios de proximidad, rehabilitación, teleasistencia avanzada y programas de envejecimiento activo que promuevan autonomía y participación social.
El análisis propone orientar las políticas hacia una longevidad saludable, no únicamente hacia la prolongación de la vida.
Reforzar la prevención primaria y secundaria
Promover actividad física en todas las etapas
Mejorar la detección y el control de enfermedades crónicas
Potenciar rehabilitación, cuidados continuados y apoyo domiciliario
Reducir desigualdades en acceso a salud y cuidados
Integrar estrategias de envejecimiento activo en salud pública
| Indicador | Descripción | Situación actual | Implicación |
|---|---|---|---|
| Longevidad | Años totales vividos | Sigue aumentando globalmente | No garantiza buena salud |
| Vida saludable | Años vividos sin discapacidad relevante | Evolución más lenta | Crece la brecha |
| Brecha vida vs vida saludable | Diferencia entre ambos indicadores | Más de nueve años de media | Aumento de dependencia |
| Factores determinantes | Cronicidad y desigualdad | Muy influyentes | Exigen políticas activas |
El estudio publicado en Nature confirma una de las tendencias más relevantes en longevidad: vivir más no siempre significa vivir mejor. La brecha entre longevidad y años vividos con salud es amplia y creciente, impulsada por enfermedades crónicas, envejecimiento acelerado y desigualdades sociales. Afrontar este reto requiere reforzar prevención, reducir la discapacidad funcional y adaptar los sistemas de cuidados para asegurar que la extensión de la vida vaya acompañada de calidad, autonomía y bienestar.