Para el portal Gestión y Dependencia, entender estas dinámicas es vital, pues la falta de ingresos en la etapa previa a la jubilación dispara el riesgo de dependencia económica y social en la vejez. La exclusión laboral de los mayores de 55 años no es solo un problema de justicia social, sino un error estratégico en un país con una demografía envejecida.
El informe de la Fundación BBVA y el IVIE destaca que, a pesar de la recuperación general del empleo, los mayores de 55 años siguen atrapados en estadísticas de inactividad preocupantes. La probabilidad de que un trabajador senior que pierde su empleo regrese al mercado laboral en menos de un año es drásticamente inferior a la de los jóvenes. Esta situación convierte el paro en una condición crónica que agota las prestaciones contributivas y empuja a miles de hogares hacia los subsidios asistenciales.
La precariedad no solo se manifiesta en la falta de empleo, sino en la calidad del mismo cuando se logra conseguir. Muchos de los contratos para este segmento son temporales o de tiempo parcial no deseado, lo que impide una planificación financiera estable. Esta inestabilidad impacta directamente en las cotizaciones, generando una laguna previsional que se traducirá en pensiones más bajas y, por ende, en una mayor probabilidad de necesitar ayudas públicas en el futuro.
Más de la mitad de los desempleados mayores de 55 años son parados de larga duración. Esto significa que llevan más de un año buscando activamente empleo sin éxito. El paso del tiempo actúa como un estigma que las empresas utilizan para descartar perfiles, asumiendo erróneamente que sus competencias están obsoletas.
Muchos trabajadores, tras años de búsqueda infructuosa, dejan de inscribirse en las oficinas de empleo. Este "desaliento" maquilla las cifras oficiales de paro, pero oculta una realidad de pobreza silenciosa. Al dejar de buscar trabajo, estas personas pierden el acceso a políticas activas de empleo y a la protección social ligada a la búsqueda de ocupación.
El edadismo es la barrera más invisible y dañina en los procesos de selección actuales. Las empresas suelen asociar la madurez con mayores costes salariales, menor flexibilidad y dificultades para adaptarse a entornos digitales. Sin embargo, los datos demuestran que el talento senior aporta estabilidad, capacidad de resolución de conflictos y un conocimiento institucional que los perfiles junior aún no poseen.
Se asume con frecuencia que los mayores de 55 años son "analfabetos digitales", pero la realidad es que la mayoría ha vivido la transición tecnológica en sus puestos de trabajo. La brecha no es siempre de capacidad, sino de falta de oportunidades de formación específica (reskilling) dentro de las propias organizaciones antes de producirse el despido.
El uso de inteligencia artificial en el filtrado de currículos a menudo penaliza las trayectorias largas. Si los algoritmos no están debidamente ajustados, pueden descartar automáticamente a candidatos por su año de nacimiento o por tener una experiencia excesiva para el puesto, lo que constituye una discriminación automatizada.
Desde la perspectiva de Gestión y Dependencia, el desempleo senior es la antesala de una vejez precaria. La falta de ingresos estables en la década previa a los 65 años impide el ahorro y la inversión en salud preventiva. Un trabajador senior desempleado descuida a menudo su bienestar físico y emocional, lo que acelera la aparición de patologías crónicas que derivarán en situaciones de dependencia temprana.
La presión por cubrir las necesidades básicas sin una fuente de ingresos genera cuadros de ansiedad y depresión severos. El trabajador se siente "desechable", lo que erosiona su identidad personal y su rol dentro de la familia. Este deterioro psicológico es, en sí mismo, otra barrera para la empleabilidad, creando un círculo vicioso difícil de romper sin apoyo especializado.
Al no poder cotizar en sus mejores años de carrera, la base reguladora de la pensión se ve gravemente afectada. Esto condena a gran parte de este colectivo a pensiones mínimas o no contributivas, limitando su capacidad para costear servicios de ayuda a domicilio o plazas residenciales en el futuro, aumentando así la presión sobre los servicios sociales del Estado.
Es imperativo que tanto el sector público como el privado revalúen el papel de los mayores de 55 años. La denominada "Silver Economy" no puede basarse solo en el consumo de los mayores, sino en su participación activa en la producción. La Fundación BBVA sugiere que las políticas de empleo deben ser mucho más personalizadas y centradas en la orientación continua.
| Variable de Análisis | Impacto en Mayores de 55 | Consecuencia Social |
| Duración del desempleo | Mayor a 24 meses en el 45% de casos | Agotamiento de ahorros y prestaciones |
| Tasa de reingreso laboral | 30% inferior a la media | Exclusión definitiva del sistema productivo |
| Nivel de cotización | Lagunas previsionales extensas | Reducción de la cuantía de la pensión |
| Salud percibida | Deterioro por estrés crónico | Incremento de la demanda sociosanitaria |
El informe de la Fundación BBVA y el IVIE es una llamada de atención sobre la urgencia de rescatar el talento senior. El desempleo en mayores de 55 años no solo es una tragedia individual, sino un fracaso colectivo que compromete la sostenibilidad del sistema de bienestar. En un país que envejece, no podemos permitirnos el lujo de descartar la experiencia acumulada de millones de ciudadanos.
Para garantizar una vejez digna y prevenir la dependencia económica, es fundamental combatir el edadismo, fomentar la formación continua y crear incentivos reales para la contratación de trabajadores veteranos. La inclusión laboral senior es, en última instancia, el mejor seguro contra la pobreza y la fragilidad social de la España del futuro.
https://www.fbbva.es/noticias/mayores-55-paro-precariedad-esenciales-08-2025/