¿De qué va ‘La rebelión de los mayores’ (Ed. Península, 2019)?
De reivindicar derechos, dignidad, respeto, visibilidad… Va de eso. Es un libro que sale de mis entrañas y que hace un repaso del tema económico, la visibilidad de los mayores, el tratamiento que nos dan por ser mayores tanto en el entorno médico como en el judicial (ya sabes, como eres mayor tienes que estar enfermo o con los huesos mal, y si te caes, pues es normal, con tus años…), hablo de abuelos esclavos… Y también hablo de sexo en los mayores, una especie de tabú.
Los mayores tenemos vida, nos gusta ir al cine, a bailar o al gimnasio, aunque tengamos edad. A veces se olvida, como también se olvida que las mujeres somos las que cargamos con la conciliación laboral. Son cosas que piensan los mayores, pero nadie dice.
Fernando Ónega lo calificó de “libro de cabecera para los mayores”. Yo lo veo más bien como una guía de reivindicaciones sobre lo que tiene que cambiar.
¿El libro es un diagnóstico de la situación o una guía para actuar?
Las dos cosas: un diagnóstico y una guía para que no volvamos a consentir nada de esto. A los mayores no se les escucha, y a los jóvenes tampoco. Y a los discapacitados tampoco. Se nos ve, pero no se nos escucha. Y si no escuchas, no sabes lo que te están diciendo. Si te fijas, en la publicidad siempre salimos con boina. ¿Has visto en Madrid a algún mayor vestido así? Pues no, van con sus vaqueros. Somos estereotipados de manera negativa.
¿Cuántos mayores hay en el Congreso? ¿Y en el Senado, que además se refiere a la ‘senectud’? Hay que recordar que la llegada de la democracia a España fue peleada por nuestra generación.
¿Qué opinas cuando gente de 30 o 40 años habla del ‘régimen del 78’?
Me parece espectacular. Somos un país de nuevos ricos. Aquí hay políticas bien hechas que cuando llegan los otros, lo cambian todo, olvidándose de que es nuestro dinero, no el suyo. Esto sucede con la Constitución. ¿Cómo no va a servir para nada si nos ha servido durante 40 años? Habrá que modificar cosas porque la vida, los entornos y los retos han cambiado, pero la Constitución Española fue un modelo para el mundo, hecha de forma pacífica de la mano entre las derechas y las izquierdas.
¿Has contemplado entrar en política?
No. Yo quiero ser libre y poder decir lo que me parece oportuno. Quiero poder defender a los mayores y también a los jóvenes, porque nuestra lucha por las pensiones ya es por los jóvenes. Me importan los jóvenes, mis hijas, mis yernos, mis nietos… No vais a tener suficiente porque no vale de nada ganar 3.000 euros un mes y luego irte al paro. Nunca tendrás una pensión digna así.
Hay que modificar la reforma laboral porque es la que ha abocado a miles de jóvenes a seguir siendo dependientes de sus padres, cuando tendrían que estar formando una familia o haciendo lo que les apetezca: comprar una casa, alquilarla, tener hijos… lo que quieran. Los jóvenes me dicen que pagaban 800 o 900 euros de renta y ahora pagan de repente 1.500, con el mismo sueldo. ¿Cómo es posible que la política no lo pueda arreglar? ¿Entonces quién lo va a hacer?
¿Qué pedís para las pensiones?
Que se cumpla el Artículo 50 de la Constitución y blindar las pensiones para que no puedan utilizarlas en momentos electorales como moneda de cambio, porque ese Artículo no las blinda. ¿A ti te preguntaron si querías condonar la deuda del rescate de las cajas de ahorros? ¿Verdad que no? Pues ahí se fueron miles de millones, pero luego no hay para pagar las pensiones.
El Pacto de Toledo se ha vuelto a levantar de la mesa, pero con los ingresos actuales no se puede abordar a la generación que viene, la del baby boom. Esto se está diciendo desde 1982, cuando se celebró la primera Asamblea Mundial del Envejecimiento. ¿Sabes lo que hicieron? Muchos informes y jornadas de trabajo, y ya. Ahí se quedó.
En la de 2002, de la que ya formé parte, se volvió a decir lo mismo: “el mundo va a envejecer”. Propusieron hacer un libro blanco. ¿Para qué? Si ya habían hecho varios. Acuérdate de la señora [Christine] Lagarde, que dijo que vivíamos demasiado. Supongo que tomará medidas con ella misma. Y [Luis María] Linde diciendo que tenemos un piso. ¿Me lo has pagado tú? Es que ha sido insulto tras insulto. El libro dice basta.
¿Por qué se os trata así con tanto peso que tenéis en la sociedad?
Porque no se nos mira. Nos ven como un objeto de gasto, y por tanto como un estorbo. Pero estamos aquí, vamos a seguir vivos, vamos a seguir aportando y vamos a seguir ayudando a nuestros hijos. Se ha creado una imagen tan idílica de los jóvenes que nosotros, con arrugas y cansancio, pues no tenemos. Pero hay muchas cosas que hacer como mayores.
En UDP tenemos como símbolo, desde hace más de 40 años, un baobab, el árbol en el que los viejos de la tribu, cuando esta palabra era algo bonito referido a sabiduría, respeto y conocimiento, se sentaban debajo de las ramas con los jóvenes a enseñarles. La sabiduría que te da la edad porque has vivido. Si te sientas a hablar con un viejo en un pueblo, es un compendio de sabiduría y de sentido común. Eso ya no existe, ahora somos esos viejos que cobramos pensiones y viajamos mucho. ¿Quién ha salvado durante la crisis a muchos jóvenes? ¿Quién cuida a dependientes o facilita la conciliación laboral? Y las mujeres tenemos un hándicap: pensionistas, mujeres y mayores. La consecuencia es que hay mujeres que no pueden llegar a final de mes. Para empezar, porque cuando se quedan viudas, ellas hay veces que se han dedicado a su casa.
Las comunidades autónomas pagan a las residencias la mitad de lo que cuestan los servicios. ¿Qué opinas?
Es indignante. Las residencias son espacios en los que hay personas que aportan una cantidad dependiendo de su renta. Quien va a una residencia es porque lo necesita, muchas veces es para morir. ¿Cómo se puede regatear en calidad de vida y de muerte? Es como si no tuviésemos entrañas, es tremendo. Afortunadamente, la gente joven no ha caído en esa trampa.
¿Puede mejorar la situación o vamos a peor?
Hay cosas que son difíciles de retrotraer. La tecnología, desde luego; eso no se puede retrotraer, pero también es importantísimo. Y, sin embargo, en España hay zonas oscuras en las que no hay conexión de ningún tipo. Hay pueblos en los que la soledad es absoluta.
Ahora resulta que sacan una ley en la que dicen que, a partir de una fecha determinada, la comunicación con las Administraciones es telemática. ¿Sabes la cantidad de gente que ni siquiera tiene dinero para pagar la conexión a Internet, que es la más cara de Europa?
Los pueblos se están quedando desmantelados porque les han quitado todo. En otros países, el mayor es una persona considerada y respetada. Se han acostumbrado a que los mayores no nos hemos quejado nunca. Hay que preguntarles porque la gente mayor no verbaliza estas cosas que nos pasan.