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A propósito del consentimiento informado

Salomé Martín | Lunes 19 de agosto de 2019

El concepto de consentimiento informado aparece en Estados Unidos (como muchas de estas cosas) para asegurar la autonomía de los pacientes, se trata de explicar a la persona, (y que lo entienda) los posibles tratamientos con sus riesgos y beneficios, para que pueda elegir, comentar, preguntar, comprender.

Apareció como una forma de facilitar la comunicación en la relación médico-paciente y llegar a decisiones consensuadas.

Una parte fundamental de este proceso (porque en origen era eso) es la comunicación, intercambiar puntos de vista, llegar a un consenso. Estos eran los objetivos, eso se ha transformado, al menos aquí, en un papel estándar para cada prueba o tratamiento, que casi nadie lee y que se considera un trámite para “salvar al médico” si algo sale mal.

Lo suele entregar una enfermera y por supuesto no existe ni diálogo, ni en muchos casos comprensión de lo que estamos aceptando.

-Lea y firme esto. Es el intercambio más habitual.

Son documentos no siempre sencillos. Yo he probado a leerlo despacio delante de la enfermera que me lo entregó y me miran con cara atónita, pensando seguramente: ¿para qué lo lee, si no se entera de nada?

En el caso de personas mayores todavía es peor, puesto que en muchos casos se le entrega al familiar, que se encarga de decirle que firme, sin leerlo ninguno de los dos.

Este es un punto que nos puede hacer reflexionar sobre el grado de autonomía que como sociedad les otorgamos a las personas mayores.

Profundicemos en ese tema:

¿A quién se dirige el médico cuando les acompañamos a la consulta?, ¿a quién le explica los resultados de las pruebas o el tratamiento?, ¿los papeles para firmar o guardar?

En muchos casos, ¿entendemos que las decisiones son suyas o damos por sentado que “les quitamos preocupaciones” y decidimos nosotros?

Todo hecho por supuesto con amor y con la mejor voluntad del mundo, de eso no tengo ninguna duda. Simplemente es necesario pararse a reflexionar.

La edad de por sí no inhabilita para poder decidir, lo explicaría en parte un deterioro cognitivo, y aun así, podrían seguir opinando de todo y decidir de muchos temas, según su estado.

El envejecimiento no equivale a incapacidad ni a pérdida de personalidad o valores.

Seamos capaces de pensar de otra manera y evitar la rutina y la inercia. Nuestros padres y abuelos pueden decir y elegir y… deben hacerlo.

Pongámonos a un lado y permitamos que simplemente pidan ayuda en lo que necesiten, no sobreprotejamos tan solo por la edad.

Salomé Martín García

Directora Desarrollo Técnico de EULEN Sociosanitarios

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