La semana pasada me acerqué a una de nuestras residencias del mundo rural. Allí me encontré a una directora hecha un saco de nervios. Ella todavía no había podido coger vacaciones, lo que me hizo sentir terriblemente culpable por la desconexión que yo si había conseguido de todos los problemas existentes en nuestro sector.
Ella me recibió con una frase: “¿me podrías decir que va a ser lo siguiente? ¿Tenemos algún otro iluminado al que se le va a ocurrir algún cambio más para complicarnos la existencia?”
A menudo, cuando visito mis centros, percibo mucho cansancio en los equipos directivos. No es un cansancio provocado por nuestra misión principal, la atención a las personas mayores, todo lo contrario; esta parte de nuestra actividad es lo que llena sus vidas y les satisface. Lo complicado es llevar a cabo una buena gestión con tantos impedimentos externos, con tantas exigencias, con tan poca consideración hacia el servicio que están ofreciendo a esta sociedad. Cualquier cambio genera mucha resistencia, no porque no se quiera mejorar, sino porque siempre son fuente de conflicto con los usuarios o con sus familias, y eso conlleva un importante desgaste.
Soy consciente de que se sienten como equilibristas porque su actividad es muy compleja y cualquier error por pequeño que sea les puede hacer caer, perder años de trabajo llevado a cabo como hormiguitas para conseguir ganarse su prestigio.
De ellos dependen numerosos puestos de trabajo, la tranquilidad de los familiares que dejan en sus manos a lo más querido: sus padres, sus madres y, lo más importante, la vida, la dignidad de sus usuarios, las personas mayores.
Y es lógico que, a veces, les entren ganas de tirar la toalla, porque además la Administración, lejos de apoyarles, de ayudarles, entorpece muy a menudo su gestión. A veces se toman decisiones en despachos muy alejados de la realidad que nuestros equipos directivos viven día a día y es complicado hacerles entender el porqué de dichas decisiones.
Mi directora, el otro día, tras hablar de temas ya recurrentes como que lo están pasando fatal porque no se les paga las plazas que tienen concertadas o sus dificultades para encontrar personal en el mundo rural, me preguntaba qué tendrá que hacer cuando su médico cambie habitualmente la medicación de sus usuarios, cuando uno de sus mayores necesite urgentemente un antibiótico o cuando a D. Ramiro (un señor con todo un carácter) le cambie el color de la pastilla que toma todos los días y se niegue a tomarla porque diga que esa no es su medicación. Para ella el hospital desde donde tendrá que llegarle ahora la medicación, gracias a un nuevo Decreto, queda muy lejos. Y como en muchas otras ocasiones, pone voz en esa visita a lo que todos ellos me dicen con demasiada asiduidad: ¿algún día nos dejarán trabajar en paz?