Aunque en las sociedades occidentales se haya instalado la idea de que la pandemia ha terminado, lo cierto es que se trata simplemente de una ficción forzada en despachos. La pandemia continúa, el virus se sigue transmitiendo y solo el hecho de que se hayan dejado de contabilizar los positivos reduce las cifras de contagios.
Un panorama que pone contra las cuerdas a las personas vulnerables, que tienen que desenvolverse ahora en un entorno hostil donde no se respetan ni las más elementales medidas de seguridad, como el uso de mascarilla en interiores o el aislamiento de los positivos, tengan o no síntomas (pues ya sabemos, desde hace dos años, que los asintomáticos también contagian).
Si bien es cierto que las vacunas y las nuevas variantes del virus han reducido realmente la mortalidad y los ingresos, no es menos cierto que el COVID persistente es un problema de salud pública que no se está abordando en consecuencia. Se calcula que el 60 % de los contagiados por COVID tiene al menos un síntoma un año después. El más frecuente es fatiga o dificultad para respirar, que otro estudio revela que con alrededor de seis semanas de rehabilitación se puede revertir de forma muy positiva.
De hecho, los investigadores han probado en Irlanda un programa virtual específico para estos pacientes, donde se combinan ejercicios básicos como sentadillas, estiramientos o ejercicios aeróbicos y de fuerza. El 93 % de los pacientes mejoraron sus capacidades, el 70 % redujo la fatiga y el 34 % incrementó las distancias que podían caminar. El 23 %, sin embargo, no notó mejoría, aunque tampoco empeoró, lo que sugiere que el ejercicio físico es esencial para combatir el COVID persistente.
Otros síntomas de COVID persistente son más graves y complicados de abordar: el daño neurológico. Un estudio de la Universidad de Cambridge y el Imperial College de Londres cifra en 20 años el envejecimiento cerebral y deterioro cognitivo que puede provocar la enfermedad. Y lo ilustra con cifras: corresponde al envejecimiento natural que experimenta una persona sana entre los 50 y los 70 años. Eso, de golpe en cuestión de semanas, a lo que se añade una pérdida de cociente intelectual de hasta 10 puntos.
Por el momento se desconoce si es reversible, aunque se cree que puede haber una recuperación gradual en casi todos los pacientes, pero es probable que no en todos. Mientras, los afectados se quejan de dificultad para recordar palabras, trastornos del sueño o ‘niebla mental’ que les impide concentrarse o pensar con normalidad. Y el estudio desmiente la idea de que solo los pacientes que han sufrido una enfermedad severa tienen después secuelas graves: hasta los que han pasado la enfermedad leve pueden quedar marcados. En parte porque los investigadores creen que la enfermedad en sí tiene poco poder para causar estos daños, no así la respuesta inflamatoria del paciente y su sistema inmunitario. También estarían involucrados factores de cada paciente, como daños preexistentes o enfermedades previas.
En este sentido, existen factores de riesgo que contribuyen a desarrollar COVID grave e incluso COVID persistente. Algunos son conocidos desde hace dos años, como la edad (a mayor edad, mayor riesgo), la hipertensión arterial, diabetes u obesidad, así como los fumadores, por tener comprometida de antemano la capacidad respiratoria. Curiosamente, estos factores aplicarían más a personas jóvenes que a los mayores, pues los primeros, en plenas condiciones de salud, tienen mayor probabilidad de pasar la enfermedad de forma leve y los segundos, incluso en condiciones óptimas de salud, pueden sufrir complicaciones.
Otros profesionales apuntan al papel de la vitamina B.12 en el desarrollo de COVID persistente. Una teoría que no ha podido ser estudiada todavía, y que se centra en la carencia generalizada de esta vitamina en las sociedades occidentales, lo que podría aliarse de forma perversa con algún mecanismo del virus o de la respuesta inmunitaria del paciente para reducir los niveles de la vitamina B.12, que también se está probando como parte del tratamiento de recuperación de los pacientes.
En realidad, es una lotería de la que se desconocen los factores que llevan a unas personas a pasarlo como un catarro sin más y a otras a acabar ingresadas y con secuelas. Por eso es recomendable seguir observando medidas de seguridad básicas, como el uso de mascarillas en interiores concurridos o zonas en las que haya una alta concentración de personas, mantener siempre una buena ventilación de los espacios y verificar que las personas con las que vayamos a estar no estén contagiadas.