Con motivo de la celebración del Día del Cuidador, desde la SEGG vemos la oportunidad de llamar la atención sobre la situación y expectativas de estas personas con un perfil y unas necesidades muy determinadas.
La sociedad actual se enfrenta con algunos desafíos muy relacionados y asociados con el cuidado de personas dependientes. Por un lado, se encuentra la necesidad de encontrar formas de responder con un trato digno a los cientos de miles de personas mayores que necesitan algún tipo de cuidados, entre las cuales nos encontraremos muchos de nosotros en un futuro.
Por otro, tiene que ver con la necesidad de responder a las consecuencias asociadas al cada vez mayor vacío de recursos para el cuidado que se está produciendo. Los mencionados cuidados han sido proporcionados hasta ahora fundamentalmente por las familias y, más concretamente, por mujeres. Así, por ejemplo, tal y como muestra un informe de Envejecimiento en Red realizado por la profesora de la UNED Rosa Gómez y colaboradores, el 85 % de las personas cuidadoras con una edad entre los 40 y los 64 años son mujeres (2018). Se trata de un estudio que proporciona datos que confirman la destacada y progresiva reducción de personas disponibles para prestar tales cuidados.
Si se tiene en cuenta la naturaleza crónica y extremadamente estresante de los cuidados, sobre todo cuando se cuida de personas que padecen demencia, los datos mencionados son muy alarmantes, especialmente para las cuidadoras que son hijas. Estas están sometidas a una multiplicidad de roles que con mucha frecuencia compiten entre ellos por la limitación de recursos (tiempo, energía…). No es infrecuente que sean, además de cuidadoras, madres, esposas, trabajadoras en casa, trabajadoras fuera de casa, además de tener necesidades variadas relacionadas con el descanso, las relaciones sociales o amistades, el ocio o el desarrollo personal. Y todo esto ocurre en una sociedad como la española que, por motivos históricos culturales, religiosos o sociales, se caracteriza por la especial fuerza que tiene la familia y el machismo a la hora de guiar, incluso inconscientemente, la conducta de las personas.
Estas circunstancias facilitan que para una mujer sea especialmente difícil y doloroso pedir ayuda para soportar la extenuante tarea de cuidar o que la sociedad “asuma” como normal que son “ellas” las que saben cuidar bien y, por tanto, las que han de hacerlo. Además de enfrentarse en soledad a los cuidados, muchas mujeres padecen tristeza, ansiedad y estrés por las consecuencias del cuidado (no tienen descanso u ocio, y surgen conflictos familiares), así como consecuencias para su salud física (fatiga o cansancio, insomnio, dolores musculares o molestias por movimientos excesivos o por falta de ejercicio físico pautado, etc.).
Muchas de ellas sienten mucha ambivalencia (quieren cuidar y a la vez dejar de cuidar) y culpa. A pesar de que realizan una tarea que social e institucionalmente debería ser claramente reconocida y validada, y reforzada, muchas mujeres sienten culpa por pensar en ocasiones que no están cuidando bien, que no pueden disponer del tiempo que desearían para estar con sus hijos, que no pueden responder como querrían a cuestiones laborales, que no pueden disfrutar de vida en pareja, de amigos, de descanso, etc.
Obviamente, esta situación representa una urgencia social, especialmente si se tiene en cuenta que las familias asumen prácticamente todos los esfuerzos y gastos asociados al cuidado, ya que apenas existen recursos para responder a estas evidentes necesidades, a pesar de que se conocen estrategias terapéuticas y de administración de servicios que pueden ayudar de forma significativa a las familias.
La SEGG considera importante hacer un especial llamamiento a la necesidad de replantear formas de actuar como sociedad, desde las instituciones sociales, sanitarias y políticas, para evitar que haya tanto sufrimiento asociado al cuidado y facilitar que esta experiencia tan común y a que la mayoría de nosotros nos enfrentaremos tarde o temprano en nuestra vida, sea más llevadera para las personas implicadas, pudiendo incluso ser una oportunidad para el desarrollo personal y el crecimiento en la adversidad.
Este replanteamiento pasa necesariamente por hacer más visible esta realidad; por incrementar exponencialmente el reconocimiento social y validación de la extenuante tarea que realizan estos cientos de miles de personas que cuidan de un familiar; y también por incrementar la cantidad y calidad de los recursos tanto personales como materiales de ayuda a estas personas.
Hay que incluir a los cuidadores de forma explícita entre los destinatarios de los servicios existentes de atención sociales y sanitarios. Estas medidas conseguirán, sin duda, amortiguar el coste económico, social y personal asociado a enfermedades como las demencias.
Andrés Losada Baltar, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad Rey Juan Carlos.
María Márquez González, profesora titular de la Universidad Autónoma de Madrid.
Ambos son portavoces de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) en temas de cuidadores.