Las pensiones son rentas para toda la vida desde el momento de la jubilación de sus titulares. En la gran mayoría de los países las pensiones de la Seguridad Social son las principales rentas de los jubilados y sus hogares. La Seguridad Social es una gran institución que existe en la inmensa mayoría de los países, en algunos desde hace más de un siglo. Por eso, las pensiones públicas han de ser suficientes y, a la vez, sostenibles y equitativas. Pero no lo pueden todo en un marco de creciente longevidad y en medio del formidable reto que impone la revolución digital.
Además de las pensiones públicas, en numerosos países, las pensiones privadas promovidas por los empleadores son muy importantes, pero en general, aunque puedan ser obligatorias, son secundarias a las de la Seguridad Social. La coexistencia de estos dos tipos de pensiones es habitual, aunque se encuentran poco integradas o vinculadas entre sí y cada esquema basa su financiación en métodos diferenciados.
Las pensiones públicas, como es bien sabido, se financian mediante el método de reparto, por el cual los recursos corrientes generados por las cotizaciones se aplican al pago de las pensiones del momento. Puede haber excedentes que se acumulan en fondos de reserva para compensar déficits futuros, si bien la tendencia al déficit estructural está ya instalada en muchos sistemas de Seguridad Social. Estas pensiones se calculan mediante fórmulas históricas adaptadas que conservan hoy pocos rasgos de lo que en el pasado eran restricciones actuariales que limitaban su crecimiento y preservaban su relación al esfuerzo realizado por los trabajadores, de forma que muchas pensiones de Seguridad Social solo han logrado conservar su poder adquisitivo comprometiendo al mismo tiempo su sostenibilidad futura. El esquema garantiza el pago vitalicio de las prestaciones a todos los pensionistas.
Las pensiones privadas, por su parte, se financian mediante el método de capitalización de los ahorros previamente acumulados por cada trabajador, de manera que su pago está garantizado hasta los importes que dichos ahorros y sus rendimientos permitan, una vez periodificados en el tiempo bajo un esquema de seguro de longevidad, para garantizar que el jubilado reciba estos pagos durante el resto de sus días. Esta visión convencional de las pensiones está siendo retada de manera intensa por una serie de tendencias de fondo que se vienen manifestando en los países más avanzados, pero a las que no es ajeno ningún otro país en el mundo. De forma que, dentro de las especificidades de cada sistema en cada país, en todos ellos se asiste en la actualidad a claros
problemas de sostenibilidad, suficiencia y cobertura de los sistemas históricos de pensiones.
A menudo, desde el ámbito social y político, se cuestiona que las pensiones tengan problemas, o se reclaman soluciones convencionales o, simplemente, se ignora la seriedad de los retos aludidos. Entre estos se encuentran la longevidad y el cambio tecnológico hacia la robotización.
La longevidad es solo una de las manifestaciones del cambio demográfico. Muchos prefieren enfatizar la caída de la natalidad, especialmente pensando en las pensiones públicas, sin duda porque de la natalidad (y la inmigración) proceden los recursos corrientes de estos sistemas. Pero la longevidad, el hecho extraordinario de que cada vez se vive más (después de la jubilación, habría que añadir), es lo que verdaderamente está convirtiendo el problema de liquidez que tienen las pensiones públicas, como consecuencia de la baja natalidad, en un problemón de solvencia traducido, a su vez, en la no sostenibilidad de las pensiones y/o su progresiva insuficiencia.
La transformación digital, por otra parte, amenaza (o no) con reemplazar a los trabajadores trastocando los sistemas convencionales de causación de derechos de pensión. Lisa y llanamente, de darse esta situación, millones de personas en todos los países entrarían en la pobreza al ser los salarios la base de las pensiones, estando aquellos y estas, además, estrechamente ligadas al curso de la productividad.
La longevidad seguirá trastocando la realidad de las pensiones mientras no encontremos mejores maneras de gestionar la edad en el momento de la jubilación, al tiempo que la robotización puede socavar los cimientos del modelo convencional de generación de ingresos de jubilación y una parte primordial del sistema de distribución y redistribución de la renta en la sociedad consagrado a lo largo del S. XX.
Por si fuera poco, recién ahora cunde la evidencia y también la percepción de que, como no puede ser de otra manera, las pensiones públicas, al estar estrechamente vinculadas a los salarios, acaban reflejando la brecha de género que se gesta en el mercado laboral. Décadas después de que la Seguridad Social viniese produciendo esta situación, en absoluto causada por sus reglas que, si acaso, estas, la intentan compensar de mil maneras, la alarma social generada por la superior consciencia de la gravedad de este problema que se ha venido generando en los últimos años, ha puesto de manifiesto la necesidad de soluciones y compromisos más contundentes. En el peor momento, seguramente, cuando la demografía y la robotización ya están sometiendo a un estrés considerable a los sistemas de pensiones en todo el mundo.